martes, 10 de abril de 2012

Dentro

Entro al cuadro; comienzo a caminar bajo un cielo verde, observando la llanura interminable más allá de mi montaña, mientras los peces de vivos colores nadan alrededor, ignorantes de todo, pegándose a árboles y rocas cuando mueren, como elementos de decoración póstuma.
Vadeo el río de tinta, buscando el silencio, aferrándome a él mientras los tentáculos de sonido e intención intentan devolverme fuera, obligándome a prestar atención al mundo gris más allá del marco. Trato de ignorarlos y continúo la marcha, persiguiendo insectos de chocolate que huyen para acabar estallando entre millones de chispas a medio vuelo. La música del aire suena, sin lograr cubrir del todo las voces que me reclaman.
Me siento en un sofá cualquiera y dejo que camine por mí, permitiéndome el lujo de no hacer nada en absoluto mas que contemplar el horizonte, y tras él la torre cambiante más allá de mis dominios, perfilándose a contraluz, atenuada por la distancia.
Observo la construcción como si no estuviera ahí; no puedo inmiscuirme por ahora en esos asuntos, no a menos que mis límites crezcan lo suficiente. Con un suspiro invoco una taza de sencha y me relajo , disfrutando del olor a jazmines que los mamuts dejan a su paso.

La bóveda celeste cambia poco a poco de verde a rojo mientras las auroras boreales brillan sobre mi cabeza. Suena la campana, triste señal de que debo regresar. Con cierta pereza me desprendo de mi capa, me levanto, y salgo del cuadro, despidiendo al sofá con un gesto de agradecimiento.

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