Memorizó libros enteros, creyéndose sabio por ello. Para todo tenía una cita, a la mínima de cambio se le llenaba la boca de frases de célebres pensadores, en cualquier momento y situación. Murió sin darse cuenta de que su vida no había sido más que un cúmulo de papeles polvorientos sembrados de firmas ajenas.
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