domingo, 17 de agosto de 2008

Eternidades de Segundo (años y años compartidos con alguien que nadie imaginaría que siempre estuvo ahí)

Y bien, así son algunas noches, y algunos días, y quizás algunos sueños. Observo la columna de humo que huye de mi boca subir hasta que dejo de verla y ya sólo estoy de vuelta en mi montaña esférica particular, todo alejada altura y celajes estrellados de recuerdos y sensaciones. Abajo, el mundo. Arriba, la existencia, y viceversa.

Es allí donde no puedo evitar tenerte en cuenta, por algún motivo esencial – y muy probablemente de color azul – que hasta la fecha desconozco, por lo menos en su forma concreta. Tampoco es que me preocupe mucho, la verdad, me resulta grato tener consciencia de esa puerta, ese pasaje abierto en mi burbuja que lleva a esa otra burbuja donde los silencios son conversatorios, las vacas hablan, las sensaciones tienen colores que las definen y los osos de peluche van rellenos de adoquín.

Tan parecidas entre sí, a decir verdad…Y, hasta cierto punto, tan conveniente, casi necesario. Tu presencia, incluso invocada, viene siendo como un número de emergencia de asistencia existencial; jamás imaginarías la paz que provoca el saber que en ti tengo, siempre que sea necesario, el mapa con la ruta de vuelta a mi propio centro, y saber también que yo guardo tu mapa , y que ésa responsabilidad me añade motivos para no perderme yo a mi vez.La simbiosis perfecta. Eso sí, en dosis homeopáticas. Material delicado, consultar únicamente en casos de extrema necesidad , tan milagrosamente cerca de todo lo absoluto que da miedo abusar de ello, banalizarlo, borrarle el alma. Miedo al miedo, y al alejamiento por cercanía. Así lleva siendo años, y así se ha mantenido en un equilibrio dolorosamente perfecto, completamente aislado de la sesión de zapping que parece mi vida en el mundo.

Nada perdura, excepto vos, no importa que pasemos meses sin cruzar palabra, el tiempo no existe, las cosas solo son, sin más, y los chuchos ladran y por aquí llueve como que el cielo está de duelo y se escapó la gata pero nada importa, porque nada queda mas que lo que ya hay de todo ello.

Intensas, esas dosis homeopáticas.


Un océano de por medio y te tengo más cerca que nunca, y la dulzura suave en la nuca y ese calor de abrazo y el miedo y la música, difícil no caer y quedar colgando, ya pasó antes y sobrevivimos los dos, cierto, a destiempo eso sí, pero ya van años de entrenamiento y…

Sigue dando miedo, y sigue sin importar mucho el miedo, aún. La estructura cristalina que nos comunica sigue intacta, hasta el momento, pese a que a veces resulta repentinamente tentadora la idea de intentar hundirme a través de ella con el alma abierta en canal y los ojos vendados, sin atender al temor de pasar como un elefante por una vidriería.

Tampoco importa. En definitiva, las cosas simplemente son, ¿no? Y el mundo que cae.

Y las palabras.

Y los silencios, y las vacas que hablan.

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