miércoles, 25 de julio de 2012

Cierta noche como tantas

Crucificado aún reposas sobre piedra
mientras mi voz sonríe como si tal vez nunca
hubiera estado ahí
y me disfrazo entonces de esquina o de baldosa
que observa desde lo alto sin ser ya percibida
el baile del alcohol en las venas de otro
o el paso del quetzal anidado en la noche
de algún toro ciego, más cansado que nunca.
Rincón que se desliza entre las manos tibias
del viejo viento inmóvil buscando nada en nada
y encontrando todo
viviendo a manos llenas y bolsillos vacíos.

Mamo silencio
sabiendo bien así que no hay otra manera
de cruzar impoluta la nube de mosquitos
que enturbian la pureza de las luces dormidas
y el ala de aquel corzo que trata de volar.
Ya nada pesa
y me aferro a mi luz cual boya salvadora
ausente del dolor de las cuerdas ajenas
escuchando el murmullo de un pájaro azul
que atrapado en su jaula grita desde el final
de su propia armadura.
Me sobra el llanto
como también me sobran los comentarios huecos
de la clara ventana en que a veces reposo
mientras trata de dar un peso extraordinario
al vuelo de una mosca
cuando el aburrimiento es más que su horizonte.

Yo sólo floto
y dejo de escuchar, aún atenta a todo
mientras el mundo fluye.

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