lunes, 19 de enero de 2009

Crónica de una noche cualquiera

La agonía de un año, o el nacimiento de otro. No importa, en realidad; no más que la muerte de un día, una hora, un segundo. Cualquiera de todas esas fracciones de tiempo equivale a un momento.
Ya no noto los años, no como tales, se quedaron pequeños. Sólo noto la espera, la incertidumbre confusa y expectante que aúna este período de mi existencia, haciendo que todos los elementos que lo componen sean una sola cosa, apunten en una única dirección.
Adelante.
Debería ser ahora, aquí, pero es adelante, allá, al frente, y aún y siendo mañana, o después, ocurre en este preciso instante, un viaje presente con el fantasma de las navidades futuras, de las caídas futuras, de los inicios futuros.

La música es una flecha, una guía del camino, el pasamanos de la escalera; resulta mucho más real que los cohetazos a la par de la puerta, el dolor de cabeza o la espera hasta las doce sin celebración alguna, dejando que el año se termine de consumir como quien espera a que hierva el agua para el té. La música no habla del tiempo, sólo lo usa de plataforma inmediata. Cada segundo es un escalón, un paso arriba; cada huella trasciende la anterior, pese a nacer de ella.

Voy acostumbrándome de nuevo a caminar a oscuras, si bien en ocasiones me olvido de la música y termino de perder el norte, aferrándome a cualquier punto de luz que se me cruce en el camino como consecuencia, olvidando que aferrarse a cualquier cosa significa desviarse de la propia vía, perderla de vista, y acabar tropezando.

Me siento débil. Por algún motivo enfermó mi fuerza, y eso nubló mi vista. A la que me descuido me encuentro persiguiendo luces como gato que acecha pájaros, desorientada por el miedo a que desaparezcan, paralizada por el miedo a que el mismo miedo las aleje, todo garras y alerta cada vez que trato de decidir en qué dirección moverme. Las luces lo notan, se asustan y se van, dejándome de nuevo a oscuras y sin saber muy bien en qué sentido seguir avanzando.

Y yo sin ser capaz de recordar dónde queda el interruptor. Maldita sea mi falta de retentiva.

Por suerte, la música reaparece y me ayuda a fluir, haciéndome tan sólo ser. Es ahí donde mi camino continúa, no bajo mis pies ni entre mis costillas. Yo soy el camino.

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