miércoles, 12 de septiembre de 2012

N22

No dejo de ser una esponja teñida del tono de aquello que absorbe, ya aquí, en esta caja llena de bostezos y colores que hacen aflorar instintos y precauciones no realmente necesarios en esta realidad, en este momento y espacio. Los violines que nadie más escucha gimen mientras tanto, como cuerdas de agua áspera bailando invisibles entre las barras amarillas y los cráneos nublados.
Mundo extraño éste: un hombre, una pantalla, y esta escritura de claqué dactilar sucediendo en medio de todo, como de mentira, como jugar a escribir en lugar de escribir. Recetas de plastilina hechas letra.

La voz en el techo tampoco es verdadera, por mucho que se empeñe en sonar con más fuerza de la que las barreras de plástico y cable pueden resistir. Reales son, sin embargo, los ronquidos de aquellos que desaparecieron por el camino dejando atrás sus cuerpos en el asiento azul y gris. Real es la mirada de alerta del que se mesa la barbilla imponiendo presencia, procurando que no se haga muy evidente que solo quiere llegar a casa. Real es la percusión en mis oídos, aunque en realidad no esté ahí. Real es el dolor de espalda y la presión interna, y el repentino chispazo de vida de quien súbitamente es consciente de haber llegado a su destino. Real es el peso de las horas, y la búsqueda de espacio.
Las calles cambian mucho de noche. No así la gente. La gente sólo cambia de día.

Son las tres horas con cuarenta y cinco minutos. Próxima parada, rosa de silva.