martes, 17 de noviembre de 2009

Cicatriz vacía

El paso del avión por mi cabeza interrumpe el vuelo
sin, aún así, permitirme aterrizar
enredada en los cuchillos sonoros
que me recuerdan bombas que nunca oí.
Silencio. Que se mueran los grillos
que cese ya su cortejo a los faroles
pues están tan confundidos como yo, mas no lo saben.

La vida se me escapa hecha humo
hecha piedra
en esta tierra de cables aéreos y casas de lámina pestañeante.
El viento se tomó la noche libre
y debe estar ya bailando con mis cenizas
que sólo dejan de ser agua
cuando parecen cemento.

Minutos de sutura

Él va a estar allí, le dije al teclado
donde los discos y la hierba marchan
en fila de a uno, como ejército
o pasarela de modas.
Mientras tanto, el pájaro
con alas de pétalos como cuchillas de afeitar
destaza mi estómago, mi garganta
acelerando el metrónomo
tomando el lugar de la música
mientras quiebro mi cráneo contra el muro invisible de menta de colores.

Mi vientre abierto se llena de hormigas
en una muerte eterna de tres cuartos de hora
y una vida eterna de dos mas tres meses.
Todo lo demás fue muestra gratuita
en éste preciso instante, que lo será en otro.

El rojo de mi boca ya no importa
mas no consigo que deje de parecer imprescindible,
pues la libertad comienza donde acaba la esperanza
que siempre fue una zorra difícil de matar.
Los minutos pasan, y el costal de mis costillas
encuentra alivio en vaciarse sobre horizontes azules
que abarco sobradamente con mis manos
(con una sóla, incluso)
iguales a las suyas. Las manos son recuerdos
los ojos son recuerdos
las plantas son recuerdos
de los que nacen las hormigas
que ya devoran mi sexo, triturándolo
volviéndolo completamente inútil.
El hijo perdido que nunca llevé dentro
grita también su nombre
junto con las hormigas, las plantas, los ojos y
las manos. El día
siguiente nunca existe, no ahora
cuando cada instante es la historia entera
y , aún así, nada ocurre.